Una joya...de amiga



Queridos amigos, por fin me he decidido a arrancar las negras telarañas que se posaban en el teclado de mi ordenador, y con ánimo y buena letra, me dispongo a seguir con esta especie de cuaderno de bitácora, que nació con espíritu delicado, pero que a lo largo de sus años de rodaje ha ido adoptando adjetivos menos refinados. Permitidme además que después de tanto tiempo de silencio, eche la vista atrás para contaros algunas cosas que quedaron en el camino. 

Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro, pues bien, entonces si hago cuentas yo soy millonaria en cantidad y en calidad. Y como sé que ninguno de mis caros amigos se van a enfadar, afirmo, aquí en público y hacia el espacio infinito, que de entre todos ellos hay una persona tan sumamente especial, que merece que le dedique este post. Esa persona es mi amiga Isabel.

Nos conocimos cuando teníamos poco más de 12 años, a los meses nos hicimos "hermanas", haciéndonos un tajo en el dedo y uniendo nuestras sangres para lacrar con ella un escrito donde declarábamos que seríamos "amigas para siempre". Así de peliculeras éramos. Curiosamente, hace unos años nos enteramos de que nuestros tatarabuelos eran hermanos. Siempre hemos tenido una sintonía especial, que por muchas veces se convierte en una "escalofriante" telepatía. De adolescentes éramos lo que los demás calificaban como "raritas" y la verdad que me encanta que lo hayamos sido, ¡reconozco hoy por hoy tanto en nosotras de aquellas jóvenes! Detestábamos las discotecas, la música que en ellas sonaba, pasábamos de todo lo que se suponía que a los adolescentes de nuestra edad les debía gustar. Íbamos a lo nuestro. Cuántas reuniones para prepararnos cenas especiales, haciendo nuestros primeros pinitos en la cocina, y usando ingredientes que su padre nos traía del exótico Marruecos; las lecturas compartidas, descubrimos a Stendhal en esos años y suspirábamos por el gamberrete de Julian Sorel al unísono (hoy por hoy lo mandaríamos a la porra frita), también lo flipábamos con Oscar Wilde; esa música compartida, comenzando a engancharnos ya en el instituto a los programas de Radio 3, qué aversión hacia las radio fórmulas teníamos; y cómo nos gustaba leer revistas de salud y belleza, convirtiendo nuestras casas en auténticos gabinetes de estética, hasta calentábamos toallas para ponerlas a modo de cataplasma en el rostro para retirarnos las mascarillas :-). Raras, raras de pronóstico, pero oye, bien lozanas que hemos llegado a la madurez!

Lo maravilloso es que han pasado cerca de 25 años y que esa amistad tan especial sigue más viva que nunca, a pesar de llevar ella tantos años fuera de España (no hay distancia que un truculento vuelo de Ryanair no salve...). Y algo muy significativo, y es que llueva o truene, cada año, recibimos la una de la otra un paquete en un día muy especial, el de nuestros respectivos cumpleaños... Pero este año mi querida Isabel se superó con creces, os cuento. 

El mismo día en el que la que suscribe cumplía años, un pegajoso día de julio,  llegó un paquete de correos a mi casa, muy bien envuelto, de tamaño pequeño pero muy pesado, que hacía imposible adivinar lo que en él se escondía. La muy "truhana" me había enviado días antes un mail con la orden de "no abrir hasta que te llegue un paquete de mi parte". Sufrí mucho, pero aguanté hasta el final. Y cuando llegó mi regalo sorpresa,  lo abrí y comencé a leer, y no podía creerlo...




Se trataba de una pieza de cristal, un joyero en forma de corazón, de la época victoriana, una de las épocas favoritas de Isabel, y en ella aparecían una serie de marcas grabadas en la plata que me contaban su historia...





T.W. son las iniciales del autor de la pieza, Thomas Whitehouse, un joyero que trabajó en Londres entre 1848 y 1898. La marca del león que acompaña a sus iniciales indica que es de plata de ley, y la cabeza de leopardo es la marca de Assay Company, que muestra dónde fue testada y evaluada la pieza. El leopardo representa a Londres desde 1327 hasta nuestro días. La "a" es la fecha, parece que cada casa de artesanos tenía un grafismo diferente, en este caso identifica la pieza como realizada en 1896. 


Así que en mis manos tenía una pieza  realizada en Londres en 1896 por Thomas Whitehouse. Y tal cual cuenta mi amiga en su carta, el Sr. Whitehouse no era cualquier artesano, pues piezas del estilo de este corazón hechas por él, se encuentran hoy expuestas en el Museo de la Ciencia de Londres.







Ocurrieron muchas cosas en Londres en ese año, pero quiero reseñar una especial, y es que los Hermanos Lumière se trasladaron desde París a la capital británica para mostrar ante el gran público su primera película. Ese mismo año, la magnánima reina Victoria superó en años de reinado a su padre, el rey Jorge III.


La verdad que ha sido un regalo especial, que tendrá su lugar de honor en mi nuevo hogar. Especial ya no solo por su originalidad, sino porque sé también la dedicación y el cariño que mi amiga puso en su búsqueda y en su forma de enviarlo y mostrármelo. Gracias por estar ahí siempre y ser tan adorable.

No te mueras sin decirme adónde vas


Esta es una entrada que me hubiera gustado no tener que escribir nunca, pero vivir es lo que tiene, que a veces, por el camino, van ocurriendo cosas que no estaba previsto que tuvieran lugar. Y es que este año ha sido muy duro para mi familia materna, a la que me unen unos lazos más allá de la consanguinidad para convertirse en lazos de amistad. Dos maravillosas personas, jóvenes, llenas de vida, mis queridos primos Jose y Manolo, se han marchado por culpa de esa terrible enfermedad, el cáncer, que ha golpeado ya a tantos hogares. Me cuesta escribir esto pero voy a hacer el esfuerzo y aunque sean breves, quiero dedicarle estas palabras a toda mi gran familia y por supuesto, a ellos.

A pesar del dolor tan grande que hemos sentido y sentimos, sé que saldremos adelante, pues algo de lo que me enorgullezco es del carácter alegre y vitalista de los míos, de su inteligencia para vivir, y veo signos día a día de que esto será así, de que nos quedaremos con lo hermoso que fue compartir este trayecto de vida con ellos, tan valioso, tan puro, tan de verdad.

Cuando la vida te golpea así de fuerte, al menos en mi caso crece una necesidad de espiritualidad que como humana que soy se relaja en épocas de felicidad. Nunca he seguido ningún credo, mis padres en ninguno creyeron y así me criaron, y tampoco lo pretendo. Pero a pesar de esto, siempre he tenido un sentido mágico de la vida, la sensación de que hay una fuerza más allá de lo material que fluye entre nosotros, una mano invisible que se apoya en tu hombro y te da aliento y fuerzas en las peores batallas, y en estos momentos NECESITO creer en esta magia más que nunca.

He nombrado esta entrada con el  título de una de las películas que más me impactaron cuando tenía poco más de 20 años, del cineasta argentino Eliseo Subiela. No había vuelto a verla hasta hace unas semanas, pocos días después de fallecer Manolo. Necesitaba verla. Recordaba lo mágica que era, como relajó en mí ese aspecto trágico que se tiene con esa edad del final del ser humano. Quien la haya visto sabrá que trata sobre lo que ocurre más allá de la muerte, cierto que aparece el tema de la reencarnación, pero creo que debe de interpretarse de una forma más ambiciosa, más allá de esta primera lectura. Precisamente lo que le da fuerza y sentido es la naturaleza indestructible del amor entre los personajes, como los conecta de una manera atemporal. Un sentimiento que supera hasta la propia vida, lo material, lo visible, y esta es la visión con la que quiero quedarme...

Y es que siempre recordaremos a Jose y Manolo con un amor inmenso, seguiremos contagiándonos de la pasión por el campo de uno y la música de otro, todas las vivencias compartidas permanecerán por siempre, nos darán cada día un renovado aliento. Es un amor que traspasa toda las fronteras físicas que conocemos, nos llena de VIDA, y eso los hará por siempre inmortales en nuestros corazones. 




Mi pequeña guía por Sevilla III - El tapeo tradicional



Queridos amig@s, no he desaparecido del todo, pero tengo que confesaros que los asuntos inmobiliarios me tienen tan desubicada, que no soy capaz de centrarme y ponerme a escribir en el blog. No es cuestión de tiempo, es cuestión de cabeza, no me hallo, no me defino para escribir de largo. Pero hoy he sacado todo mi arrojo y hablándome en tercera persona, como hacen algunos "personajillos famosos" de cuyo nombre no quiero acordarme, me he dicho: "Delikat, tienes que romper esta desidia bloguera en la que te encuentras". Y he aquí que me he arrancado con la parte de Mi pequeña guía por Sevilla creo más deseada: la de los asuntos del comer.  

Sé que en la anterior entrega os prometí una completa relación de recomendaciones, pero he de deciros que la inmensidad del océano gastronómico sevillano, me obliga a hacer una nueva subdivisión y dejaros en ascuas para la próxima vez. En esta ocasión me centraré en lo que suelen denominarse como sitios de "tapeo tradicional", local y de la costa andaluza principalmente.  Esto último porque Sevilla al ser una ciudad con puerto, tiene una conexión marítima y emocional muy fuerte con Huelva y Cádiz, lo que influye en la gastronomía que ofrece.

Dentro del tapeo tradicional hay que matizar algo muy importante, y es que algunos de los sitios que os recomendaré no son lujosos, no son de diseño, no son amplios y bonitos (difícilmente alcanzaréis a tomaros una tapa en una esquina de la barra), pero tienen un algo que hace que de toda la vida la gente pase por allí a tomarse esa primera cerveza con los amigos. Muchas veces no es un interés puramente gastronómico, sino por lo histórico o singular del local; otras hay que ir a probar esa "pringá" casera que hacen para chuparse los dedos, aunque el resto de la carta sea para salir huyendo (estas cosas curiosas suelen pasar). Cuando recibo amigos de fuera, me gusta introducirlos en esta cultura del tapeo de pie en la ciudad "aquí nos tomamos las tortillitas de camarones, en este otro lugar el montadito de melva y pimientos, allá las pavías de bacalao..." Y así podríamos estar todo el día. 




Creo que antes de comenzar por las localizaciones, es necesario hablar un poco de las principales tapas tradicionales que os encontraréis en la ciudad. Una de las estrellas, sin duda alguna, es el montadito, el kebab sevillano, que no es otra cosa que un pequeño bocado de pan tostado relleno de los ingredientes más variados, solos o mezclados entre sí: chacinas, quesos, patés, restos del cocido (la famosa pringá), productos del mar (mojama, melva, anchoas, bacalao...), etc.  Se toma en cualquier momento del día, si llegas tarde a la hora del desayuno no tienes de que preocuparte, no quedarás desnutrido, pues siempre tendrás la opción de un montadito en cualquier bar. También están las espinacas o el menudo con garbanzos, la pavía de bacalao (bacalao rebozado frito en tiras), los aliños y  salpicones (de patatas, de huevas, de pulpo...), la carrillada en salsa, el solomillo al whisky (puntas de solomillo con una salsa hecha con esta bebida alcohólica y ajos) y como no, en temporada, los caracoles y cabrillas en salsa. Por la comentada influencia de la costa, en la ciudad encontramos tapas ya consideradas como autóctonas, como son la tortilla de camarones, el pescados en adobo (cazón, boquerones, albur...), las ortiguillas de mar (anémonas rebozadas y fritas, o las odias o las amas), y todo tipo de  pescaito frito... Podría continuar, pero estas son más o menos las tapas que os encontraréis reiteradamente, amén de un buen plato de jamón, de queso o de gambas, usualmente acompañados de una copa de manzanilla bien fría.

Otra dato que es bueno que conozcáis, es que en muchos restaurantes, no estrictamente bares de tapas, tendréis la opción de tomar en la barra raciones más pequeñas o tapas. La demanda del sevillano y del foráneo es tan alta, que hasta la alta restauración se ha moldeado para ofrecer este pequeño bocado. 

La mayoría de los sitios que os presentaré se encuentran en su mayoría en los barrios del centro (Arenal, Santa Cruz, San Lorenzo, Santa Catalina...), y en el popular barrio de Triana. No es que no existan lugares tradicionales en otros barrios, pero tengo que poner coto y por lógica, sé que serán los barrios más visitados por el viajero. Así que vamos allá con las recomendaciones, que ojo, son eso, mis recomendaciones. Hay muchos sitios vanagloriados en la ciudad que personalmente a mí no me gustan nada y no aparecerán aquí, solo menciono aquellos que suelo repetir frecuentemente, o al que suelo llevar a los de fuera por uno u otro motivo que explicaré a continuación.


En la zona del Arenal, donde se sitúan muchas de las bodega más antiguas, recomiendo ir temprano (en horario de tienda) a tomar un montadito a la Abacería Casa Moreno (tienda de comestibles de toda la vida con una barra semi escondida al fondo). Situada en la calle Gamazo nº 7,  este es un ejemplo de sitio pequeño y estrecho cuya oferta culinaria se reduce al montadito servido en papel de estraza y a las viandas que tienen en latas. Lo considero un sitio curioso y de obligada visita, pero abstenerse grupos numerosos. Personalmente me encanta, me quedo embobada mirando las cientos de latas que se apilan por todos lados, las fotos de toreros firmadas, las religiosas estampas... Tengo un amigo que vive en Bruselas que siempre que viene a verme tengo que llevarlo, no perdona. En la misma calle está también La Flor del Toranzo, regentado por la tercera generación de pasiegos cántabros que llegaron a la ciudad en los años 20, como mano de obra para la  Exposición Iberoamericana de 1929 (no es el único caso que encontraremos). Aquí recomiendo catar los dos montaditos más originales de su carta: el de anchoas con leche condensada (lo más dulce y lo más salado juntos) y el de lomo al jerez con manzana; y por supuesto, su paté para untar. 


También en el Arenal la antigua Bodega Casa Morales (C/ García de Vinuesa, 11) que existe desde 1850 y es una preciosidad. Está dividida en dos zonas con entradas independientes (la zona de la barra principal con un hermoso artesonado de madera y la de comedor, llena de toneles de vino antiguos). No es un sitio para comer "florituras", sino para tomar un vino o una cerveza con un montadito (recomiendo el de pringá), tablas de quesos y chacinas ibéricas,  y dicen que su menudo con garbanzos es muy bueno (confieso que no suelo tomar este tipo de cosas, me refiero al menudo, en la calle).


Continuando por el barrio de Santa Cruz, nos encontramos con Las Teresas (C/Santa Teresa, 2), un clásico de la ciudad. Ofrecen casi todos los platos del tapeo tradicional sevillano. Yo recomiendo el jamón y las chacinas ibéricas principalmente que son de muy buena calidad, así como las tortillitas de camarones y las pavías. Al estar situado en el corazón de este histórico barrio, os puede confundir y pensar que es un bar para guiris, pero no es así, aunque los haya por docenas en su interior. No me puedo olvidar en este barrio del minúsculo bar de Álvaro Perejil La Goleta (C/ Mateos Gago, 20). Recomiendo entrar sobre todo para echar unas risas más que para deleitar el paladar, aunque no está mal probar su famoso vino de naranja procedente de Huelva con alguno de sus montaditos. Lo primero fijarse en su minúsculo tamaño y en el cartel de advertencia que tienen en la puerta del baño que ya os enseñé en un tour del montadito en los inicios del blog. En aquel post que podréis ver aquí, hablaba de otros bares que os recomiendo en esta entrada.  En La Goleta sirven una tapa denominada Islote Perejil, ninguna delicia gastronómica, pero fue creada a raíz del conflicto internacional entre España/Marruecos y es una muestra del espíritu y el humor de esta casa. Juzgad la imagen.



Muy cerca de allí en pleno barrio de Sta. María la Blanca está Modesto. Este local pertenece a un grupo con varios bares y restaurantes pero yo me quedo con el original de toda la vida, situado en Cano y Cueto, 5 en plena Puerta de la Carne. Me encanta tanto para tapear en la barra (sus aliños son buenísimos), como para sentarme a comer buen pescado y marisco (me chifla su plato de almejas finas al Marqués de Villalua con gambas y setas). Nos salimos un poco hacia la zona de la Ronda Histórica  (C/ Recadero, 9) para hacer una parada en Becerrita, las mejores croquetas de rabo de toro de la ciudad. Se puede tapear en la barra y comer en su zona de restaurante. Excelente cocina y buenísima materia prima Por su ubicación es un lugar que a menudo se olvida incluir en una ruta de tapas por el centro, pero eso le asegura que es tranquilo.

Y continuando el camino de la Ronda Histórica y alejándonos totalmente del casco histórico, no me puedo olvidar del Yebra (C/ Medalla Milagrosa, 3 - detrás Cruz Roja de Ronda de Capuchinos). Se come de maravilla, cocina de mercado casera y tradicional, sus platos de pescado y carnes ibéricas irán cambiando con las estaciones, ofreciendo guisos de caza y setas de la sierra en temporada. Solo un contra, y es que estos productos del día del mercado muchas veces se tarifan por peso y no está muy claro qué te va a costar, aparte de que la mayoría de los platos del día aparecen escritos en la pizarra sin precio. Así que os puedo asegurar que vuestro paladar saldrá muy satisfecho, eso es bien cierto, pero contad con que la factura final será mucho más elevada que la de un bar de tapas al uso. Este sitio ya paso por el blog hace unos años, podéis verlo en este link.




Volviendo a la zona más comercial del Centro, nos encontramos con dos ejemplos de la influencia gaditana en la ciudad, dos magníficos lugares para degustar las tapas sanluqueñas (quien no tenga la posibilidad de visitar Sanlúcar de Barrameda, uno de los templos gastronómicos de España, tiene aquí una buena alternativa y consuelo). Se trata de Barbiana (C/Albareda, 11) y La Moneda (C/Almirantazgo, 4). En este último no hay que perderse su sopa de galeras, un marisco poco conocido de la costa de Cádiz,  un plato que me recuerda un poco a la açorda portuguesa. En ambos tienen muy buen pescado tanto en preparaciones fritas como en guisos marineros, y tienen tanto zona de bar como de restaurante. 

Y nunca me puedo olvidar del histórico El Rinconcillo (C/Gerona, 40),  uno de los bares más antiguos de la ciudad, había datos de su existencia ya en 1670.  La zona reservada antes  para fumadores (afortunadamente esto se acabó), es la que más me gusta del bar, con una barra antigua y un  artesonado en madera blanca, donde se amontonan botellas de vino y licor antiguas. Destaco aquí las espinacas con garbanzos y las pavías de bacalao, también tienen buenas chacinas y quesos.

En Triana me gusta mucho ir de vez en cuando al pequeño local de Las Golondrinas (Antillano Campos, 26), sobre todo por una cosa en especial, por sus rábanos crudos servidos con un chorreón de aceite de oliva y sal gorda. Soy una forofa de esta crucífera y en casa de mis padres se ha criado siempre en el huerto, así que puedo ver la calidad de los que sirven aquí. También tienen unos aliños de verdura encurtida muy ricos. 

Otro bocado muy típico en Sevilla son las freidurías de pescado, no hay barrio que no posea una. De nuevo una fuerte influencia de la costa. En ellas encontraréis un poco de todo: adobo, calamares, bacalao, croquetas, gambas, huevas... Es bastante usual acercarse a por un cartucho de pescado frito en la calurosas noches de verano para tomarlo en casa, junto al río o allí mismo en el local con una bebida bien fría. Para mí las mejores son la de la Freiduría Puerta de la Carne  (Esquina Sta. María la Blanca con Cano y Cueto - Barrio Sta. Cruz), y las dos del Barrio del Arenal,  la Freiduría La Isla  (C/ García de Vinuesa, 13), las patatas y las almendras recién fritas también deliciosas aquí; y la Freiduría Arenal (C/Arfe, 8). 






Para finalizar, y siendo consciente de que me dejo algunos sitios atrás pero esto tiene que tener un final,  os voy a recomendar rápidamente algunos lugares señalando su tapa estrella.

Los boquerones fritos en adobo de Blanco Cerrillo (José de Velilla, 1 - esquina Tetuán), alto en el camino si te encuentras de compras por el centro; el piripi (un montadito hecho de lomo, panceta, tomate, queso y mayonesa), una bomba calórica que hay que probar alguna vez en la vida en la Bodeguita Antonio Romero (dos locales donde encontrarlo, uno en C/ Gamazo, 16 y otro en C/ Antonio Diaz, ambos en el Arenal). También está la Bodeguita Romero a secas, perteneciente a otra rama de la familia, en la C/ Harinas, 10, con una excelente pringá; las patatas aliñadas de Bodeguita Casablanca (C/Adolfo Rodríguez Jurado, 12 - Zona Catedral); la ensaladilla rusa de la Cafetería Donald (C/Canaleja, 5 ); el mantecaito (montadito de lomo, jamón y huevos de codorniz) y los flamenquines de Casa Rafita (C/ Marqués de la Mina, 11 - San Lorenzo); y por último, las ortiguillas de Bodega Paco Góngora. Si queréis probar este "exótico" bocado, en este lugar siempre las tienen en temporada y saben freírlas muy bien. Id al local más antiguo cercano a la calle Gamazo (esquina C/ Padre Marchena), el resto son un poco "guirilandia" y no son tan auténticos.

Para los que no disfrutan del tapeo a pie y prefieren sentarse a la mesa, dos restaurantes muy recomendables, de esos que yo llamo "restaurantes de padres", un valor seguro en toda regla: Restaurante Sacristía Sebastián (Virgen de las Montañas, 17 - Los Remedios) con muy buen marisco y pescado; y Restaurante Enrique Becerra (C/Gamazo, 2 - Arenal) con excelentes carnes. Y si queréis cuchareo, tomaros un buen guiso en El Caserío (C/Acetres, 7 - Centro), tienen unos estupendos menús de mediodía con potajes de legumbres al estilo más casero.

Y aunque parezca increíble ya hemos llegado al final, creo que al que visite por primera vez la ciudad, le será muy útil esta guía del tapeo tradicional. Os espero en el próximo capítulo con un recorrido por la restauración más actualizada de la ciudad. 

 
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