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Erase una vez...

... un espacio casi infinito en el centro de una hermosa ciudad, y una historia de vencedores y vencidos que se fue repitiendo hasta la saciedad a lo largo de siglos. Por eso en este cuento no caben ni los buenos ni los malos, sólo las piedras que fueron tomando forma y dando uso a distintas maneras de entender la fe y consolar el alma, quedando ahí para siempre a modo de “caja negra” de la historia, desvelándonos secretos continuamente.



Erase una vez una Catedral Católica, antes Mezquita Almohade y mucho antes, Basílica Visigoda, mirada de arriba hacia abajo, oteando sus tejados con el vértigo en el cuerpo y cosquillas en los pies, mirando de soslayo hacia el suelo, subiendo sus estrechas y empinadas escaleras de caracol, aquellas que diseñó el normando Charles Galter de Rouen en el siglo XV, su primer arquitecto traído de frías tierras y llamado en éstas, más cálidas, Maese Carlín.




Con el cielo sobre nuestras cabezas las piedras nos hablan, nos cuentan la historia de aquel rey católico, llamado “El Santo”, que entró a la ciudad tras conquistarla un 23 de noviembre de 1248, y que para dejar bien clara su hazaña, realizó misa católica en aquella Mezquita de infieles. Desde aquel momento aquello sería la Catedral, pero durante más de un siglo los credos y los aves marías siguieron celebrándose en aquel espacio orientado hacia la Meca sin perturbar apenas su estructura. Dispusieron que tendría dos amos, pues una parte fue adjudicada al clero y la otra, quedó en manos del rey Santo, aquella que se orientaba hacia el noroeste. Así pasaron más de 150 años, y los deseos de construir un gran templo católico y derribar la vieja y maltrecha mezquita iban creciendo.


“Hagamos una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los que las viesen 
labrada nos tengan por locos, una tal y tan buena, que no hay otra su igual”




Erase una vez una historia llena de contrariedades y cambios de estrategia, pues aquella división clero/realeza del templo, marcaría irremediablemente sus formas posteriores. Durante años no entendimos el por qué una pretendida catedral gótica no tenía un ábside por cabecera sino una gran Capilla Real, colocándose el altar mayor en otro lugar menos ortodoxo; y por qué en lugar de tener tres naves de igual altura con una central mayor, se construyeron siete naves sin guardar entre sí muchas semejanzas ni altura. De nuevo la piedra habló y nos reveló que el clero, al iniciar la construcción de su soñada catedral, tuvo que respetar la parte asignada a la realeza, comenzando el templo por los pies, haciendo la misa entres sus paredes al mismo tiempo que levantaban su gran obra poco a poco, y guardándose de tocar la real e ilustre capilla y sus aledaños. A lo largo de los años de construcción, el arte pasearía además desde el gótico al renacimiento y así se reflejó en sus paredes. Bendita contrariedad "real" que nos dejó a salvo la hermosa torre almohade que siglos más tarde una escultura “que giraba” bautizaría. Ya lo dijo el gran Cervantes “...aquella giganta de Sevilla... tan valiente y fuerte como hecha de bronce...”






Desde las alturas todo allá abajo parece insignificante, y aquí arriba es el aire, lo invisible, lo que hace grande la obra del hombre, ese que mirado desde aquí, en su soledad, se ve tan pequeño.










Todas estas historias, anécdotas, curiosidades e imágenes con el vértigo por testigo, pueden vivirse en las visitas a las cubiertas de la Catedral de Sevilla, previa solicitud al Cabildo de la Catedral visita@catedraldesevilla.es 



Rufus Wainwright - Tower of learning


Rufus Wainwright, cantautor estadounidense-canadiense. Hijo de los cantantes de folk Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle, y hermano de la también cantante Martha Wainwright. Su música tiene unas marcadas influencias líricas que van desde la ópera (a la que quiere dedicarse plenamente algún día para desconsuelo de los que seguimos su trayectoria más pop) hasta la chanson francesa pasando por el musical. El tema de la entrada pertenece a su segundo álbum de estudio "Poses".
 
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