Interior del anfiteatro de Itálica
Desde que el colegio, en aquella ya extinguida EGB, me llevó a visitar las ruinas de la ciudad de Itálica por primera vez, creo que he venido padeciendo una especie de síndrome de Stendhal distorsionado. No llego a las taquicardias y vértigos que el creador de esa maravilla llamada “Rojo y Negro” padeció, a mi lo que me invade es una tristeza muy grande, algo así como una saudade a la portuguesa, lamentando lo que fue y ya no es. Ver tanta piedra desmoronada en uno y otro punto del planeta, me provoca una ansia de viajar en el tiempo desmesurada, como George Wells en “The Time Machine”. No sabéis lo que sufro, pero lo disimulo muy bien.
Aún así, cierto masoquismo me arrastra una y otra vez a visitar ruinas, cayendo en la misma piedra una y cien veces. A pesar de la congoja, la ensoñación y el despertar de la imaginación lo compensan. De ahí que este verano me haya enganchado a mi segunda visita nocturna a Itálica, aunque lo he hecho en un puñado de ocasiones de día, por motivos básicamente de cercanía, la que fuera ciudad de origen de tres importantes emperadores romanos (Trajano, Adriano y Teodosio), bien merece un paseo por lo que queda de ella en la quietud de la noche.
Fragmento de mosaico de la Casa de los Pájaros
Bajo el nombre de Itálica Despierta, esta actividad comenzó el año pasado de forma gratuita a modo de experimento, aprovechando el estreno de nueva iluminación. Y este verano, dado el éxito de la iniciativa, se han instaurado de forma oficiosa en los meses de agosto y septiembre, previo pago de la entrada por un módico precio (4€). Sin duda es otra mirada distinta, bajo la luz de la luna y la sombra de los cipreses se hace un recorrido al terreno y sus principales hitos, acompañándose de anécdotas y explicaciones del origen, modos de vida y curiosidades que no suelen estar en los libros de texto. El cric-cric de los grillos es un evocador sonido de fondo interrumpido de vez en cuando por algún tropiezo.
No me quiero extender en relataros todo lo que allí nos contaron, no cabría en una sola entrada y con eso os pico la curiosidad de visitarla el próximo año (éste ya se ha colgado el cartel de “entradas agotadas”), pero sí la acompaño de algunas de las imágenes que con más pena que gloria capté (la escasa iluminación y mi poca profesionalidad no eran un buen cóctel). Lo más impresionante sin duda, es el anfiteatro iluminado por focos y luces de velas, donde se escenificó por un par de actores un día de espectáculos y juegos: la llegada de los gladiadores (donde siempre había alguna estrella que el público jaleaba, la imagen de Espartacus os vendrá a la mente, y al que si salía herido, sí lo llevaban a la enfermería. No ocurría eso con el resto, los anónimos que se dejaban morir sin más); la labor de los acomodadores reclamando la tarjeta de acceso; los vendedores de fruta y agua fresca; los patricios sentados en la parte más próxima al coso y con acceso directo a una zona vip con comida y bebida a la que retirarse y refrescarse.
Zona de acceso al anfiteatro de los patricios
En conclusión, qué listos eran estos romanos, un poco locos como repite sin parar Obélix, pero listos nadie puede negar que lo eran un rato, aunque al final el Imperio se les viniera abajo en ese afán de expansión que hacía ya difícil su control. A algo me suena eso en estos días de catarsis que vivimos...
The National - Fake Empire